- TORILES.COM
- LIC. ALFREDO FLÓREZ G.
- +52 5520 96 9022
Como no iban a tener ganas de hacer una unión si les pasaban cosas terribles, afirmaba el destacado banderillero Román “Chato” Guzmán.
Es indudable que el escabroso camino que tuvieron que salvar los subalternos los años previos a 1933 fue más que difícil, pero gracias al pundonor y la fidelidad a los ideales de Román “Chato” Guzmán y Saturnino Bolio “Barana” fue que lograron el gran sueño de agruparse para adquirir respeto. Por ello, aquí continuamos con el relato histórico del célebre “Chato”.
¡SUFRIERON DE VERDAD, PERO LO LOGRABAN!
“Seguía corriendo el tiempo y seguíamos trabajando con ahínco y con enorme fe, tanto, que comenzamos a pagar cuotas que nos permitieron por fin tener un local propio y ese fue una oficinita en la calle de San Juan de Letrán, en el edificio ‘Rul’, donde estuviera la sala cinematográfica Cinelandia.
Poco tiempo duramos ahí, porqué encontramos otro mejor en la calle de Gante # 21, despacho siete. Los gastos eran mayores y nos atrevimos a afrontarlos, con la seguridad que da el tener una meta y un buen deseo como era el de agruparnos los subalternos. Recibíamos cuotas y alguna ayuda del matador Alberto Balderas.
Y como no íbamos a tener ganas de hacer una unión si nos pasaban cosas terribles, como una vez que fuimos a torear a Huetamo, Michoacán, Edmundo Zepeda y yo. Tres corridas trabajamos y cuando en la última le cobramos al matador los 40 pesos convenidos por tres actuaciones, se puso muy valiente y nos dijo: ‘No les voy a pagar porque no me da la gana y lárguense’.
Y claro que nos largamos, pero a ver al presidente municipal para quejarnos y éste lo obligó a que nos pagara, aunque por la tarde fue a buscarnos a la casa donde estábamos para insultarnos y amenazarnos con una puntilla. Pero la señora de la casa que se dio cuenta, llamó a la policía y se lo llevaron a la cárcel. Ese torero se llamaba Pedro de la Rosa. Tuvimos tristes experiencias como la de Papantla, Veracruz, cuando fuimos a torear otra vez Edmundo Zepeda y yo, a donde para llegar había que trotar a caballo atravesando la sierra, pues no había todavía carretera. En la última corrida de las dos que toreamos, cayó herido uno de nuestros compañeros y como no teníamos suficiente dinero para permanecer ni un día más, alquilamos un caballo y así la emprendimos para México, durando tres días la travesía, con sólo una botella de agua oxigenada, otra de yodo, un paquete de algodón y otro de gasa, un lápiz con el que introducíamos esa gasa según nosotros para canalizar la herida y una navaja. Las curaciones las hacíamos cuando era necesario y encontrábamos un árbol bajo cuya sombra actuábamos los ‘doctores’.
En cuanto llegamos a México, fuimos con el doctor Francisco Ortega, quien nos hizo el grandísimo favor de curar al colega herido, cosa que solía hacer siempre con un gesto generoso inolvidable, pues fue el doctor Ortega un benefactor de los toreros que caían heridos, a los que atendía desde que llegaban a sus manos, hasta que quedaban sanos y jamás pretendió cobrar un solo centavo como honorarios. ¡Dios lo tenga en la gloria!”.
Dicha carta del “Chato” Guzmán en la que explicaba todo esto a su amigo el doctor Alfonso Gaona, en esta parte, como en otras que se irán conociendo, toma tinte de dramatismo digno de ser conocido.
Adiel Armando Bolio | Parte de la Carta publicada en El Sol del Centro