- TORILES.COM
- LIC. ALFREDO FLÓREZ G.
- +52 5520 96 9022
Planteamiento de la iniciativa. -
Mucho se ha hablado recientemente sobre la pretendida prohibición de las corridas de toros en el distrito federal, luego de que el gobierno catalán lo hizo por motivos claramente políticos y -a pesar de que en los años cincuenta Barcelona era la plaza que más festejos taurinos daba anualmente en España- sus legisladores terminaron con una tradición de más de cinco siglos en su territorio. Si la intención hubiera sido proteger al toro, con prohibir la suerte de varas y la muerte a estoque habría sido suficiente, convirtiendo el espectáculo en incruento, como se practica en Portugal e incluso en estados unidos; pero la autoridad catalana tenía que cortar con los símbolos de hispanidad como forma de acendrar un ánimo separatista que viene impulsando desde hace décadas.
Numerosas organizaciones han surgido eventualmente erigiéndose en defensoras de los animales. Unas con mayor legitimación que otras que utilizan la nobleza de la protección animal como estandarte para buscar beneficios políticos.
Respeto y tolerancia debemos a quienes auténticamente tengan esa preocupación por los animales, pues indudablemente todo ser vivo merece un trato digno y el ser humano está capacitado para conmoverse ante estas ideas de justicia divina o absoluta, pero el asunto merece también una reflexión mayor por parte de esos grupos, que generalmente desconocen detalles profundos sobre la fiesta de toros y se quedan en la apreciación superficial de un espectáculo donde hay sangre y muerte, pero donde a la vez se propicia la preservación de una especie bovina en un ritual dramático y crudo en el cual se producen paralelamente momentos de auténtica belleza y creación artística.
La esencia de la fiesta de toros. -
Una corrida de toros es esencialmente una lucha entre la vida y la muerte; la supremacía de la razón sobre la fuerza bruta; esa característica que ha tenido el homo sapiens para imponerse a su circunstancia y preservarse como especie.
El torero arriesga su vida para quitarle al toro la suya. Al matarlo pone el pecho sobre los cuernos del animal en un acto simbólico de entrega similar al arrojo que debieron tener los primeros homínidos cazadores para enfrentar al mamut, al tigre o al oso, cazarlo arriesgando su vida en búsqueda de su supervivencia. Pocos seres humanos tienen tal legitimación para consumir productos animales si no han arriesgado nunca nada para degustar opíparos banquetes producidos con carne de animales de las que se nutren aún los ambientalistas, llámense pollos, pescados, patos o cerdos. Si esa defensa de los animales fuera absoluta, tendría que prohibirse a todo el género humano el consumo de carnes y el aprovechamiento de la piel de los animales, lo que resultaría absurdo y contrario a la evolución natural de nuestra especie en este mundo.
También atentaría contra el orden natural que según la biblia animó a dios en la creación, quien dijo: "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre las bestias de la tierra, y sobre cuantos animales se mueven sobre ella..." (génesis 1,26-27)
Aún más, si atendemos a la dignidad de los seres vivos, tampoco deberíamos arrebatarle la vida a un durazno, un elote o cualquier vegetal para alimentarnos. También son seres vivos, aunque no tengan ojos o semejanza alguna con los hombres. El ser humano sutilizado de esa forma absurda, se reduciría al espíritu, pero su cuerpo perecería naturalmente de hambre y de frío. Por eso, es claro y la naturaleza lo muestra en todas sus manifestaciones, que los seres vivos se nutren unos de otros en una interminable cadena de sacrificios naturales: la hierba se alimenta de la tierra pero muere en la boca del toro, quien a su vez alimenta por igual al león o al ser humano. Así, todos los seres vivos estamos unidos por el natural ciclo de la vida, sin que algún político o animalista pretenda condenar la caza del antílope o la cebra por el león hambriento, que se escenifica día a día de forma cruda y sangrienta, pero no cruel, sino acorde con la naturaleza.
En la corrida de toros se enfrentan dos seres destinados a luchar: el torero que busca la gloria como forma de trascender en su entorno, y el toro que lucha por su vida y que -sin saberlo ni decidirlo porque su condición animal no se lo permite- tiene en este espectáculo la oportunidad de preservar su especie, ya que el toro bravo es producto de una selección genética a partir del toro salvaje que habitaba en Europa y al que se denominaba uro pero que por la depredación humana ya se encuentra extinto. Si la fiesta brava no existiera, el animal precioso y de imponente lámina que es el toro de lidia, simplemente habría desaparecido de la faz de la tierra a pesar de todos los esfuerzos ambientalistas.
En este sentido cabría preguntar a los defensores del toro bravo si realmente creen que van a protegerlo al suprimir las corridas o -por el contrario- con su prohibición estarían condenando a esa raza a la extinción.
El toro de lidia. -
El toro bravo es un animal criado generalmente por aficionados que dedican buena parte de su vida y de su dinero, a buscar un concepto personal de bravura y estilo en la embestida de la res; de esa forma los ganaderos también están desarrollando una actividad que los hace trascender por significar una creación humana.
En la crianza del toro bravo se acondicionan potreros con las mejores prestaciones para que el animal nazca, crezca y viva en su hábitat natural y silvestre; no se le deja a su suerte para ver si sobrevive por sus propios medios, sino que se le procura alimento suplementario si lo necesita, vacunas, atención veterinaria y el acceso fundamental al agua. De esta forma, el toro bravo tiene una serie de ventajas notables sobre el toro criado solamente para abasto de carne:
1.- mientras el toro bravo nace y crece en un estado natural protegido, el toro de abasto normalmente se cría en corrales reducidos para permitir que gane peso más rápidamente con una vida sedentaria.
2.- como el valor comercial de un toro bravo estriba en el juego que ofrezca al lidiarse en una plaza, los ganaderos han enfatizado su selección en orden a esos atributos y no a su mayor corpulencia. Hay toros de abasto que superan la tonelada en un plazo de crecimiento muchas veces inferior al tiempo en que el toro de lidia desarrolla 300 o 400 kg.
3.- al toro bravo no se le castra como forma de limitar su apetito concupiscible, hacerlo más manejable y que pueda ganar peso más rápidamente, como ocurre muchas veces con el ganado de abasto.
4.- el toro de lidia tiene en la plaza una oportunidad de defensa porque muere peleando y tiene en sus astas poderosas armas con las que enfrentar a su lidiador. Pero aún más: tiene en la plaza una oportunidad de salvarse si es indultado por su desempeño notable, excepción que jamás ocurrirá en un rastro para el toro de engorda. Cuando un toro es indultado, tarda algunas semanas en sanar de sus heridas y después se transforma en rey del potrero, convertido en semental como premio a su bravura y destinado a la crianza de modo que suele terminar sus días de muerte natural y rodeado cada año de 25 o 30 vacas que enamorar.
5.- mientras el toro sea un animal destinado al consumo humano -jurídicamente catalogado como un bien semoviente objeto de apropiación y de comercio- su muerte es inevitable como fórmula natural de supervivencia de una especie -la humana- frente a otra a la que ha sometido naturalmente en virtud de su razón, criándola expresamente para convertirla en su alimento y abrigo, de manera que la diferencia estriba en la forma de morir: dignamente peleando en una plaza, con una oportunidad de defensa y de salvación u oscuramente en un rastro donde será apuñalado por la espalda sin lustre ni trascendencia alguna y sin la más mínima posibilidad de salvar su vida.
Seguramente entonces, si el toro pudiera razonar y preguntarse sobre su destino, buena parte de ellos elegirían nacer, crecer y morir como toro bravo, pues vivirían mayor número de años en su hábitat natural protegido, sin castración, con una oportunidad de defensa y de salvación victoriosa que no tiene el ganado de abasto. Finalmente, su muerte para consumo humano se dará en una plaza de toros o en un rastro, pero en ambos ambientes será sacrificado, aunque de manera mucho más digna en una plaza de toros.
Me dirán que los toros, en tanto que no tienen razonamiento, no alcanzan a darse cuenta de ello, pero lo cierto es que el toro bravo que se distinguió en la plaza, suele ser recordado y contribuyó con su historia a la supervivencia de su especie, aunque sea con un granito de arena al haber permitido una forma de creación artística admirable para muchos seres humanos a grado tal que pagan por presenciar ese espectáculo, lo que propicia nuevamente la necesidad de criar más animales de esa raza. Por tanto, al ofrendar su vida en las corridas, el toro bravo paradójicamente asegura su propia preservación.
El argumento de "crueldad" en las corridas de toros. -
El toro bravo es un luchador innato, ha sido criado genéticamente para luchar en la arena y resistir las heridas que se producen durante la lidia, pero no percibe el sufrimiento de la manera en que lo interpretamos los humanos: existen recientes estudios de rigor científico llevados a cabo por la universidad complutense de Madrid*1, que han medido con modernas tecnologías el estrés o las afectaciones orgánicas que registra el toro durante la lidia y que no son significativas por el grado de excitación que tiene durante la lidia.
Siguiendo el impulso natural de su raza, el toro bravo salta al ruedo para matar a su oponente, acomete una y otra vez al picador a caballo que lo hiere con una vara, al engaño que en forma de capote o muleta lo cita, al banderillero que a cuerpo limpio burla su embestida y le clava arponcillos. Si sufriera como lo interpretan los animalistas, seguramente buscaría huir del encuentro, como lo hace un perro, un gato o hasta las fieras más salvajes como los grandes felinos. El toro bravo se crece al castigo porque esa es su esencia e instinto, a través de lo cual el sitio del sufrimiento da paso al de la pelea y responde con agresividad hacia los que lo enfrentan. Llevados por esa especial naturaleza, he visto a los toros bravos embestir en el ruedo y fuera de él lo mismo a un capotillo, a un sombrero o a un automóvil o caballo que multiplica varias veces su propio peso; el toro de lidia nació para pelear.
Los que condenan las corridas de toros suelen mencionar sin sentido alguno que al toro se le tortura desde antes de ser lidiado, que se le dan toques eléctricos o se les unta sustancias en los ojos para cegarlos, lo que no es más que un mito porque ganaderos y toreros requieren que el toro cuente con toda su pujanza al salir al ruedo para que pueda dar juego y permitir el lucimiento y la posibilidad del toreo. Un toro ciego es peligrosísimo para el torero porque no puede obedecer los engaños que maneja el lidiador.
Los defensores de animales creen también que con las banderillas o la pica se lesiona abusivamente al toro para favorecer al torero, pero es otro concepto errático ya que -paradójicamente- en esa forma se eleva el riesgo del lidiador.: si bien el objetivo de esas suertes es reducir en alguna medida la pujanza del toro y descongestionar su circulación agitada, lo cierto es que ese castigo aumenta su peligrosidad, pues siempre conserva la fuerza necesaria para matar al torero, pero después de ser picado el toro suele embestir más lentamente y el lidiador deberá aguantar mucho más tiempo el recorrido de su embestida y tendrá mayor riesgo de que el toro pueda frenarse peligrosamente y dirigirse al cuerpo del que lo está toreando. La mejor muestra de ello es que gran parte de las muertes de los toreros se han producido en cornadas ocurridas al final de la lidia, muchas veces hasta con la espada adentro, pero conservando siempre el toro la fuerza suficiente para herir letalmente a un hombre.
Por otro lado, en una corrida de toros no existe la crueldad como objetivo, pues -contrario a lo que piensan los animalistas- los participantes de la corrida: toreros, ganaderos, empresarios o público no acudimos a la plaza con la intención morbosa de ver sufrir al toro y gozar con que muera. El aficionado asiste con la ilusión de ver una faena o una creación humana vibrante de emociones porque escenifica un ritual escénico y artístico de vida y muerte, lo que supone una intensidad que no posee ningún otro espectáculo. En los deportes, en el teatro o en un concierto no existe el riesgo latente de los protagonistas, lo que imprime al toreo una emoción única.
Pero los taurinos nunca vamos a la plaza con el ánimo de disfrutar que al toro le infieran alguna herida o de gozar viendo su agonía, como creen los detractores de la fiesta brava que se quedan en esa idea pobre y elemental y no ven más allá de la sangre que les nubla la visión y perturba su mente, creyendo erróneamente que ese es el objetivo del aficionado a las corridas de toros y que se está martirizando a los animales por placer, cuando -por el contrario- a través de ese rito se está admirando y preservando al toro de lidia. Tampoco acudimos a una corrida con él deliberado afán de ver o disfrutar de la sangre pues si así fuera, jamás se habría blindado al caballo de picar, que hasta los años 20 del siglo pasado moría por decenas en una corrida, víctimas de las cornadas que los toros les infligían.
Por el contrario, los toreros o ganaderos desearíamos muchas veces que el toro no muriera si ha contribuido a permitir la creación de una obra de arte, si nos ha permitido realizarnos a través de una faena memorable, por lo que en esos casos se le indulta en la plaza, si bien la mayoría sigue el destino por naturaleza trágico de esa especie, como ya lo hemos apuntado y muere como culminación de un enfrentamiento entre el hombre y la bestia, donde generalmente se impone la razón y destreza humana sobre la fuerza bruta, aunque muchas veces es el ser humano quien resulta herido o perece en esa lucha, a pesar de gozar de fama, dinero, juventud y facultades físicas.
Los animalistas también sostienen que si los toros no fueran picados acabarían fácilmente con el torero y la lucha sería más equitativa, lo cual tampoco es correcto. El torero recibe al toro entero y en plenitud al salir del chiquero, lo lancea esquivando su embestida enjundiosa y podría seguir toreándolo el tiempo que quisiera sin ningún problema, aunque no fuera picado o banderilleado. Así ocurre por ejemplo en las corridas incruentas que se llevan a cabo en países como Portugal o estados unidos, pero en ellas no se producen las faenas más armoniosas ni rítmicas y lamentablemente el toreo pierde su esencia y el toro la oportunidad de salvación que le otorgaría la lidia a muerte, pues en ese tipo de eventos todos los toros también son sacrificados al ser devueltos al corral y no reciben reconocimiento alguno del público.
Seria necio afirmar que en un sentido absoluto la tauromaquia no envuelve un elemento de crueldad, si cada tarde alguien muere, pero considerando el perfil finalista que he esbozado, puede decirse que la fiesta de toros no es un espectáculo cruel, aunque tiene la crudeza de un enfrentamiento terminal pero no existe la intencionalidad de ver sufrir o morir a un animal, sino de admirar la fortaleza, la bravura y la impactante presencia de un toro de lidia para medirla frente a la destreza de un hombre que arriesga su vida y trata de imponerse a la fiereza de un animal criado específicamente para ello. El aficionado busca en la fiesta brava la representación teatral de un ballet sin ensayo previo que ejecutan dos seres vivos en forma grácil y rítmica, con una expresión estética innegable, en la que subyace siempre el latido de la emoción que implica cualquier duelo a muerte.
La libertad de optar por ver un espectáculo taurino. -
Es comprensible que a algunos les gusten las corridas de toros y a otros no. Es tan respetable una posición como la otra, se trata de conmoverse por una u otra opción y elegir la que uno quiera en un ejercicio pleno de la libertad, pero no es más descarnado o inhumano el que asiste a una corrida para apreciar la belleza estética, rítmica y plástica que se crea en una buena faena, condimentada con el riesgo de muerte que se encuentra latente en todo momento, que aquel que no es capaz de admirar ese espectáculo, pero sí consume carne de res o se engulle mariscos vivos u otros animales que son arrojados vivos al aceite hirviendo para consumo humano. Algunas culturas condenan la supuesta crueldad de las corridas de toros, pero sus ciudadanos ven muy "normal" y justificado exterminar seres humanos con armas químicas o en campos de concentración.
Bajo tal esquema, debieran los animalistas hacer sus manifestaciones frente a todo restaurante donde se muestran vivas las langostas o almejas en una pecera para que el comensal elija cual de ellas morirá en el acto hervida viva o engullida directamente por las fauces de un ser humano. Debieran manifestarse también en los rastros de ganado bovino, porcino, caprino, equino o de aves, donde los animales son sacrificados en masa con enorme sufrimiento y ahí sí en franca huida, no en gallarda batalla como muere el toro en la plaza, acometiendo contra el que pretende quitarle la vida.
Cada persona podrá elegir si acude o no a una plaza de toros, pero en un estado democrático no puede imponerse a un grupo la manera de pensar o sentir de otro, so pena de socavar la libertad más elemental de elegir lo que cada uno desea. Tampoco puede condenarse o estigmatizarse como "cruel", "despiadado" o "sanguinario" al espectador que asiste a una corrida de toros. Somos gente como cualquier otra que respeta a los demás, capaz de amar a su familia y de encarnar los valores más altos; capaz de encariñarse con sus mascotas, cuidarlas y lamentar su muerte. En la historia han existido numerosos personajes notables que han sido fascinados por la fiesta brava y que nadie podría tachar de insensibles o sádicos pues su obra literaria, musical o artística refleja un alto grado de desarrollo cultural y de sensibilidad artística: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Francisco de Goya, Agustín Lara, Pedro Vargas, Mario Vargas Llosa, Salvador Dalí y muchos otros artistas más han apreciado la fiesta brava y han encontrado en ella fecunda fuente de inspiración para sus obras, sin que ninguno de ellos se caracterizara como un ser humano despiadado o cruel. Incluso líderes notables como los reyes de España y algunos presidentes mexicanos han sido asiduos aficionados a la fiesta brava, sin que ninguno pueda calificarse como sanguinario o despiadado.
El gran escritor Mario Vargas Llosa, laureado como premio nobel de literatura, lo expresa así ( *2):
"los enemigos de la tauromaquia se equivocan creyendo que la fiesta de los toros es un puro ejercicio de maldad en el que unas masas irracionales vuelcan un odio atávico contra la bestia. En verdad, detrás de la fiesta, hay un culto amoroso y dedicado en el que el toro es el rey, el ganado de lidia existe porque existen las corridas y no al revés, si la fiesta desaparece, inevitablemente desaparecerán con ella todas las ganaderías de toros bravos, y estos en vez de llevar en adelante la bonancible vida vegetativa, deglutiendo yerbas en las dehesas y apartando a las moscas con el rabo que les desean los abolicionistas, pasarán a la simple inexistencia; y me atrevo a suponer que si se les dejara de elección entre ser un toro de lidia o no ser, es muy posible que los espléndidos cuadrúpedos, emblema de la energía vital desde la civilización cretense, elegirían ser lo que son ahora en vez de ser nada.
...soy una persona más bien pacífica, y creo que le ocurre a la inmensa mayoría de los aficionados, lo que nos conmueve y embelesa en una buena corrida, es justamente que la fascinante combinación de gracia y sabiduría, arrojo e inspiración de un torero y la bravura, nobleza y elegancia de un toro bravo, consiguen en una buena faena, en esa misteriosa complicidad que los encadena, eclipsar todo el dolor y el riesgo invertidos en ella, creando unas imágenes que participan al mismo tiempo de la integridad de la música y del movimiento de la danza, la plasticidad pictórica del arte y la profundidad efímera de un espectáculo teatral. Algo que tiene de rito e improvisación, y que se carga en un momento dado de religiosidad, de mito y de un simbolismo que representa la condición humana, ese misterio de que está hecha esta vida nuestra, que existe solo gracias a su contrapartida que es la muerte."
El que presencia una corrida de toros no es -por ese solo hecho- más cruel ni mas humano que quien no lo hace. Todo depende del cristal con que se mire la fiesta. El que se quede en la crudeza de la lucha a muerte se privará del encanto que descubre quien admira la destreza, la gallardía y el valor del torero que enfrenta a la fiera y es capaz de someterla en un juego rítmico, grácil y airoso, que con un trapo como estandarte es capaz de convertir en una danza armoniosa de formas la acometida violenta de un animal corpulento, salvajemente feroz y peligrosamente armado.
Legitimación de la autoridad. -
Alcemos la voz para defender nuestro derecho a elegir si vamos a una plaza de toros, si llevamos a nuestros hijos y si les inculcamos los valores que nosotros percibimos de ese espectáculo, como son la admiración y el conocimiento del toro bravo, la valentía y determinación de quien se pone delante de él, las tradiciones, las anécdotas y la música que envuelven todo el espectáculo, así como la belleza estética y acompasada que surge del buen toreo.
No permitamos que una serie de políticos sedientos de notoriedad pretendan imponernos su forma de pensar o de sentir. Valdría la pena cuestionar sus antecedentes personales y de partido para revisar si tienen la autoridad moral para erigirse como defensores de los animales, quienes sin el menor escrúpulo se vinculan con fines electorales a otros partidos que no comparten su supuesta ideología o aquellos que sin recato se enriquecen a costa de los contribuyentes ¿acaso merecen el calificativo de piadosos y admirables quienes propician y alientan manifestaciones donde se vulnera la libertad de tránsito de los demás ciudadanos y se impide circular a una ambulancia con seres humanos que necesitan atención médica urgente? ¿esos son los defensores ecologistas y animalistas que pretenden imponernos de forma arrogante su criterio y autoridad moral?
Nadie tiene derecho a prohibir la tauromaquia mientras no encarne en sí mismo la utópica idealización de que hablaba el poeta Enrique González Martínez cuando decía que si el ser humano fuera capaz de hallar una sonrisa en todas las manifestaciones de la creación, llegaría el día en que se quite piadoso sus sandalias por no herir a las piedras del camino...
Pero es claro que los animalistas tampoco alcanzan tal grado de elevación espiritual y que la autoridad pública es instituida por la constitución general de la república a fin de preservar nuestras libertades, no para restringirlas. La iniciativa presentada en la asamblea legislativa del distrito federal a fin de prohibir las corridas de toros se antoja oportunista y poco documentada, además de que atenta con nuestro derecho a elegir y a mantener una tradición cultural de varios siglos en los países hispanoamericanos, sin contar con la afectación económica que representaría esa prohibición para muchas familias que encuentran en ese espectáculo su sustento y forma de vida.
Pugnemos porque la fiesta brava sea reconocida en México como un bien cultural inmaterial digno de ser protegido contra intereses políticos o de cualquier otra índole.
Mil gracias por su atención y apoyo.
*1.-Juan Carlos Illera del portal es profesor titular y director del departamento de fisiología animal de la facultad de veterinaria de la universidad complutense de Madrid, y su pecado, merecedor para algunos de la pena máxima, ha sido el de estudiar las hormonas de los toros para demostrar que el sufrimiento de las reses bravas en la lidia no es tan grande como se podía pensar y recientemente publicó una investigación con la que pretende demostrar que gracias a la segregación de hormonas el toro siente menos estrés y menos dolor durante la lidia de lo que siempre se ha creído.
*2.- http://elalbero.blogspot.com/2007/08/vargas-llosa-y-la-defensa-de-la-fiesta.html
matador de toros Rafael Carmona
rafacarmonatoro@yahoo.com.mx
Matador de Toros de Lidia Rafael Carmona